jueves, 30 de marzo de 2017
jueves, 16 de marzo de 2017
Maíz transgénico contra una toxina cancerígena
El cereal modificado bloquea la aparición de aflatoxinas en los hongos que contaminan las cosechas
Investigadores de EE UU han modificado un gen del maíz que bloquea la aparición de toxinas en dos hongos que crecen en las mazorcas. Además de diezmar las cosechas, esta toxina es uno de los agentes carcinógenos más potentes y, en especial en los países menos desarrollados, provoca miles de muertes, en particular de niños. El estudio mostró que, mientras el maíz convencional tenía una alta concentración de la toxina, los granos transgénicos,no.
Cereales, como el maíz o el trigo, y frutos secos, como las nueces, los cacahuetes o los pistachos, tienen que lidiar con diversas especies de hongos. Pero hay dos especialmente peligrosas, el Aspergillus flavus y el Aspergillus parasiticus. Durante su metabolismo, ambos generan aflatoxinas que envenenan el fruto. En humanos, estas micotoxinas están relacionadas con la aparición de cáncer hepático. También pueden provocar en los niños el síndrome de Reye o kwashiorkor, una de las afecciones infantiles más dramáticas. Unas 20.000 personas, la mayoría menores, mueren cada año por ingerir comida con aflatoxinas. La FAO estima que el 25% de las cosechas están contaminadas con alguna micotoxina.
Aunque se investiga con variedades del cereal resistentes o se usa la lucha biológica, propagando cepas no tóxicas de Aspergillus, no hay un método preventivo realmente eficaz. La principal medida para evitar que la comida contaminada llegue a humanos o animales es tirarla. Cada año se retiran de los silos unos 16 millones de toneladas de maíz, en especial en aquellos países donde más hace falta. Pero, dada la interrelación entre el hongo y su huésped, ¿por qué no probar a interferir en su metabolismo cambiando algo en el maíz?
Hasta ahora, la única medida eficaz contra la aflatoxina es arrancar cosechas o vaciar los depósitos de grano
"Insertamos una porción de ADN [casete génico] que produce una pequeña molécula de ARN que, cuando el grano está infectado por Aspergillus, puede migrar hasta el interior de la célula del hongo", explica la investigadora de la Universidad de Arizona (EE UU) y directora del estudio, Monica Schmidt. La molécula de ácido ribonucleico interfiere en la expresión de un gen específico que está detrás de la aparición de la aflatoxina en el hongo.
Esta técnica de manipulación genética usa una variante de la llamada interferencia por ARN. En esta investigación, publicada en Science Advances y financiada por la Fundación Bill y Melinda Gates, la particularidad es doble. Por un lado, se modifica genéticamente el maíz para que este altere la genética del hongo. Por el otro, lo hace usando una molécula que puede pasar del cereal al hongo. "El maíz genera este ARN de forma constante durante todo el desarrollo del grano", recuerda Schmidt. Eso lo protegería hasta el momento de cosecharlo.
En el estudio, los investigadores expusieron plantas manipuladas para expresar esta molécula y plantas convencionales a 100.000 esporas de A. flavus. En los dos casos, el hongo prosperó. Pero comprobaron que las mazorcas transgénicas no tenían ni rastro de aflatoxinas, mientras que en las panojas usadas como control la concentración de la toxina fue de entre una y 10 partes por millón. Aunque se necesitarán más estudios, no detectaron ningún otro cambio en el hongo y, en especial, en el maíz.
Esta técnica tiene, además, la ventaja de que podría, en teoría, funcionar también con otros cereales o frutos afectados por aflatoxinas. Pero palabras como transgénico unidas a comida despiertan temores y suspicacias, especialmente en Europa. "Sabemos que los organismos modificados genéticamente provocan controversia", reconoce la biotecnóloga estadounidense. Pero, como dice Schmidt: "Este maíz modificado genéticamente podría reducir la exposición a la comida contaminada de unos 4.500 millones de personas de los países menos desarrollados ".
Cada día comemos más seguro, pero menos sano
La alimentación en nuestros días supone una gran paradoja: hay más controles pero es menos saludable
Hoy en día, no tenemos que preocuparnos, en los países más desarrollados del planeta, por si podemos beber el agua del grifo o por si nos vamos a pasar toda la noche abrazados al váter después de salir a cenar fuera. Hemos avanzado, siendo capaces de diseñar sistemas de seguridad que han permitido reducir los riesgos alimentarios prácticamente a cero. Pero se da la paradoja de que, aunque tenemos a nuestra disposición los alimentos más seguros de toda nuestra historia, comemos peor que nunca.
1. Muchos productos y pocos alimentos
Enfermedades como el cáncer, la diabetes o las cardiovasculares se propagan a través de los hábitos, el ambiente y las condiciones culturales o económicas
El resultado de una investigación sobre el tipo de alimentos que más consumen los españoles, publicado en la revista Nutrients, refleja que la población española se encuentra en permanente dieta hipocalórica, consume una media de unas 1.800 kilocalorías al día, se alimenta principalmente de productos derivados de los cereales, como el pan, su principal fuente de proteínas son las carnes y derivados cárnicos y que tiene un consumo de frutas y verduras inferior al 10% de las calorías totales de la dieta diaria.
En resumen, aunque la mayoría de la gente suele tener la percepción de que come mucho, comemos poco y mal: pocos alimentos con muchas calorías con los que, a pesar de lo que muchos creen, no cubren sus necesidades.
2. El ambiente obesogénico nos está matando
Las Enfermedades No Transmisibles (ENT), como el cáncer, la diabetes o las enfermedades cardiovasculares, en las que el estilo de vida y la alimentación actúan como factores de riesgo, se han convertido en el mayor asesino de nuestros tiempos.
Recientemente, un artículo publicado en la revista médica The Lancet sugería un cambio de nombre para este grupo de enfermedades, porque, aunque no se transmitan a través de microorganismos o virus, se propagan a través de los hábitos, el ambiente y las condiciones culturales o económicas. El ambiente obesogénico en el que vivimos, modifica nuestros hábitos haciéndonos enfermar lentamente. Así que, de poco sirve vacunarnos contra este enfermizo ambiente si no acompañamos el tratamiento de políticas sociales que nos ayuden a tomar mejores decisiones alimentarias.
Nuestro verdadero problema sanitario es el aumento de enfermedades como la obesidad o la diabetes, cuya aparición está relacionada con el consumo de alimentos baratos
3. Seguridad alimentaria no es sinónimo de calidad nutricional
Que un alimento sea seguro, desde el punto de vista sanitario, no implica que sea saludable. Los sistemas de seguridad alimentaria previenen los riesgos alimentarios asegurando la inocuidad y salubridad de los alimentos consumimos. En un país desarrollado, como el nuestro, los casos de alertas sanitarias relacionadas con el consumo de alimentos son muy pocos. Nuestro verdadero problema sanitario es el aumento de enfermedades crónicas, como la obesidad o la diabetes, cuya aparición está relacionada con el consumo de alimentos baratos, de fácil acceso, con sabores intensos y que, normalmente, aportan muchas calorías pero pocos nutrientes.
Por lo tanto, si decides comerte el típico menú de comida rápida, tendrás muy pocas posibilidades de intoxicarte, pero no te estarás alimentando correctamente.
4. Con más nutrientes (añadidos) no significa más nutritivo
En el supermercado nos podemos encontrar con una infinidad de productos etiquetados como “saludables” diseñados con una cuidada estrategia de mercadotecnia que consigue que las personas tomen peores decisiones alimentarias. Un ejemplo son los productos de bollería fortificados con determinados nutrientes, como la bollería rica en hierro y las galletas o snacksenriquecidos con vitaminas y minerales. Por muchas vitaminas o minerales que se le añadan a un producto insano no lo convierte en una buena elección alimentaria.
Lo mejor que puedes hacer por tu salud es comer más alimentos, sobre todo vegetales: frutas, verduras, frutos secos, legumbres, etc.
5. La comida de verdad no necesita sello de calidad
Determinar la calidad nutricional de un producto alimenticio puede convertirse en una tarea complicada. La calidad es un concepto abstracto, subjetivo y bastante manipulable. Está de moda incluir en el etiquetado de productos alimenticios -normalmente de productos ultraprocesados cuyo consumo, en realidad, debería evitarse- el sello de alguna asociación científica o médica colaboradora de la marca. Este tipo de práctica, empleada por la industria alimentaria, contribuye a alimentar el “efecto halo” en el consumidor generando una percepción irreal de la bondad del producto.
Lo mejor que puedes hacer por tu salud es comer más alimentos, sobre todo vegetales: frutas, verduras, frutos secos, legumbres, etcétera. Utilízalos como ingredientes de tu comida, no vienen en paquetes de colores ni llevan sellos de sociedades científicas, pero tienen muchos nutrientes.
Recuerda que tus elecciones alimentarias son las que determinan la calidad de lo que comes, el sello que le pongas a tu alimentación dependerá de ello.
El envoltorio de la comida basura contiene tóxicos perjudiciales en animales, ¿y en humanos?
Un reciente estudio encuentra restos de compuestos químicos en el 33% de los envases analizados en EE UU. Observamos qué ocurre en Europa y su potencial riesgo para la salud
Afirmar que las hamburguesas, las patatas fritas, las pizzas, la bollería industrial y las bebidas azucaradas del menú prototípico de la comida basura son perjudiciales ya no sorprende a casi nadie. Es sabido que el abuso de estos alimentos, ricos en grasas saturadas, harinas refinadas, azúcares simples y sal, lleva aparejado un elevado riesgo de padecer obesidad, diabetes, enfermedades cardiovasculares o cáncer. Sin embargo, el listado de peligros para la salud no se detiene en el propio contenido de la fast food. Un estudio estadounidense, publicado en febrero en la revista Environmental Science & Technology Letters añade un nuevo elemento que le hará replantearse continuar consumiéndola: el envoltorio contiene elementos tóxicos que podrían poner en juego su salud.
Tras analizar 400 ejemplares de envases de papel y cartón de casi una treintena de cadenas de comida rápida de Estados Unidos, y gracias a la aplicación de un técnica de análisis rápido para determinar la presencia de flúor en materiales sólidos (la fluorescencia de rayos gamma) con resultados muy precisos, los investigadores detectaron en el 33% de las muestras estudiadas unos compuestos químicos llamados perfluoroalquilos y polifluoroalquilos (PFAS), relacionados con la fluorina (un radical formado por un átomo de flúor unido a un compuesto orgánico).
Qué son los PFAS
“La forma más abundante del flúor es en forma de sal y está presente en el agua de mar. No es un compuesto esencial para la vida pero estamos expuestos a él, especialmente cuando salamos los alimentos y cuando nos lavamos los dientes. En tecnología de materiales, los PFAS se emplean para proporcionar resistencia a grasas y a agua, como en algunos papeles para uso alimentario”, explica Rafael Gavara, especialista en polímeros en el laboratorio de envases del Instituto de Agroquímica y Tecnología de los Alimentos (IATA-CSIC) de Valencia.
Estos tóxicos, que los autores del estudio han hallado en el 46% de los envoltorios de hamburguesas, bocadillos y bollería, en el 20% de las cajas de las patatas fritas y pizzas y en el 16% de los envases de las bebidas, no son exclusivos de la industria alimentaria. También se utilizan en agentes de limpieza, pinturas, barnices, ceras para suelos, alfombras, muebles y líquidos de extinción de incendios, y forman parte de muchos materiales sintéticos como el teflón. Esa versatilidad es posible gracias a su resistencia al agua y al aceite, y por su alta estabilidad térmica y química. “Esto explica su ubicuidad en el medio ambiente y los seres vivos, ya que son persistentes y bioacumulativos [se acumulan en los tejidos y vísceras de animales y humanos]”, señala Miguel Ángel Lurueña, doctor en Ciencia y Tecnología de los Alimentos.
Potencial carcinogénico en animales
Sin embargo, los PFAS han sido cuestionados en investigaciones recientes y han despertado preocupación tras analizarse que algunos de esos compuestos pueden ser potencialmente tóxicos. “Se han descrito efectos negativos para la salud en animales, como la hepatotoxicidad (daños en el hígado), inmunotoxicidad, efectos hormonales y un potencial carcinogénico. Debido a su ubicuidad y bioacumulación se han encontrado presentes en forma de trazas en la sangre de muchas personas. Pero es necesario estudiar mejor estos efectos en humanos”, indica Lurueña.
“Cualquier sustancia presente en un objeto en contacto con el alimento puede ser trasferida al mismo, aumentando su cantidad cuando existe gran compatibilidad entre el alimento y la sustancia en cuestión y cuando aumenta la temperatura de exposición" (Rafael Gavara, especialista en polímeros)
Al comprender un amplio conjunto de sustancias diferentes, con distintas propiedades y distintos niveles de toxicidad, las autoridades alimentarias americanas y europeas han tomado medidas para controlar o restringir su uso. “En Estados Unidos, la Agencia de Protección Ambiental (EPA) firmó acuerdos con empresas para abandonar la producción de sustancias como el ácido perfluorooctanoico (PFOA), y la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) ha modificado la legislación para retirar el uso de tres PFAS que ya no se consideran seguros para la salud. En Europa, la legislación establece límites de migración específicos [los límites máximos para regular la cantidad de ciertos compuestos que podrían migrar del envase al alimento], aunque es mejorable. Además, se vigila la exposición de la población a este tipo de compuestos y se estudia la dosis que podría ser perjudicial para la salud. Al igual que en EE UU, los PFAS sobre los que existe preocupación acerca de su seguridad están en desuso”, describe Lurueña.
En Europa, los PFAS se admiten solo como recubrimiento antiadherente en papel con un límite máximo de migración de 0,05 mg/kg; en Estados Unidos es del 0,5% del peso total del envase. A pesar de que la alta exposición a esos compuestos pueda significar un impacto perjudicial sobre la salud, y puedan causar también problemas reproductivos y de desarrollo, “no está claro si estos resultados tienen hoy implicaciones para la salud humana”, advierten J. Iñaki Álava y Miguel Ángel López, profesores del Área de Ciencia y Tecnología de la Facultad de Ciencias Gastronómicas del Basque Culinary Center. “En un estudio de la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA), realizado en trece países europeos entre 2006 y 2012, los expertos consideran que hay suficientes datos científicos para establecer una ingesta diaria total para PFAS de 150 nanogramos por kilogramo de peso corporal al día, y al mismo tiempo confirman que la exposición alimentaria a PFAS es muy poco probable que supere los valores de referencia indicados”, recuerdan estos expertos.
Humanos protegidos, pero hasta cierto punto
Ahora bien, puntualiza Lurueña, “esos datos se refieren a la población general y a una dieta normal. En el estudio americano se menciona que un tercio de la población infantil en Estados Unidos ingiere comida rápida a diario, una auténtica barbaridad, no solo por la elevada exposición a estas sustancias, sino sobre todo por la elevada proporción de grasas, azúcar, sal y harinas refinadas de este tipo de productos”.
Que en un alimento o envase alimentario haya un determinado compuesto potencialmente tóxico, indica Lurueña, no significa que vaya a provocar daños. “Habría que determinar si la cantidad supone o no un riesgo real. Esto no se investiga en el presente estudio. Se dice que es difícil evaluar la exposición y el riesgo asociado a los PFAs en los envases de comida rápida, ya que el grado de exposición de los materiales en contacto con alimentos y la toxicidad de la mayoría de los compuestos fluorados apenas están caracterizados. El estudio reconoce que las cantidades encontradas superan notablemente las recomendaciones del Ministerio de Alimentación y Medio Ambiente de Dinamarca”, destaca este consultor científico-tecnológico para empresas alimentarias.
Estimar la cantidad que migra del envoltorio al alimento es una tarea compleja, al depender de factores muy diversos: la cantidad y el tipo de alimento (si es o no graso), la temperatura, el tiempo de exposición y qué PFAS específicos contiene el envase. “Cualquier sustancia presente en un objeto en contacto con el alimento puede ser trasferida al mismo, aumentando su cantidad cuando existe gran compatibilidad entre el alimento y la sustancia en cuestión y cuando aumenta la temperatura de exposición. Los límites impuestos por las autoridades están calculados considerando exposiciones prolongadas y en cantidades enormes, en ocasiones aplicando factores de precaución de 1.000 o mayores para prevenir efectos adversos”, detalla Rafael Gavara. (En toxicología alimentaria, el factor de seguridad o de precaución establece la dosis permisible provisional de agentes xenobióticos —ajenos a los organismos vivos— en los seres humanos. Un factor de 1.000 puede ser una protección suficiente contra efectos muy graves como el cáncer).
Por si acaso, no empape el papel de kétchup
La costumbre entre quienes consumen fast food de untar el ketchup en el papel de la hamburguesa para luego rebañarlo con patatas fritas, es un gesto que convendría abandonar. “No se debería abusar por el riesgo de contaminación física, química y microbiológica del papel, ya confirmado en otros estudios”, recomiendan Álava y López.
Solo es por precaución, como expresa Lurueña: “Sería más pertinente con productos como las palomitas de microondas, cuyo envase se somete a altas temperaturas, favoreciendo la migración de esas sustancias hacia el alimento”, concluye.
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