Por qué es importante que hayamos entrado en una nueva época geológica
El Congreso Internacional de Geología confirma que la Tierra ha entrado en el Antropoceno, una era causada por la actividad humana que ya está instalada de manera irreversible
Los geólogos saben desde tiempos predarwinianos que la historia de la Tierra queda marcada de forma indeleble en sus estratos. En yacimientos geológicos repartidos por todo el mundo, por ejemplo, se puede hallar una fina línea con unos altos niveles de iridio, un elemento que solo se encuentra a esas concentraciones en las profundidades del manto terrestre y en objetos extraterrestres como asteroides y cometas. Esa deposición de iridio, datada en 66 millones de años atrás, delinea el fin del Cretácico y el comienzo de la era Terciaria, una transición marcada por la extinción más famosa de la historia, la de los dinosaurios (y, en realidad, también del 80% de las especies que habitaban el planeta).
La línea de iridio es el testigo estratigráfico del impacto de un gigantesco asteroide en la península mexicana de Yucatán. Los geólogos del futuro podrán identificar con igual precisión el inicio del Antropoceno, el nuevo periodo geológico causado por la actividad humana: empezó en 1950, y viene marcado no por el iridio extraterrestre, sino por el plutonio de nuestras bombas nucleares,como puedes leer en Materia.
Los políticos y la industria saben que el aval científico a esos efectos, y el mero nombre de Antropoceno, serán un fuerte argumento para forzar a los países, las empresas y los ciudadanos a ir adoptando medidas costosas a corto plazo
La certificación oficial de la existencia del Antropoceno, y de su fecha de comienzo, ha contado con el aval de 35 de los mejores especialistas del mundo, entre ellos el geólogo Alejandro Cearreta, de la Universidad del País Vasco. Y ha sido cualquier cosa menos un paseo triunfal: la votación, celebrada en el Congreso Internacional de Geología de Sudáfrica, ha sufrido toda clase de presiones políticas. La causa del Antropoceno son las emisiones de gases por la actividad humana, la contaminación por plásticos y microplásticos, los residuos industriales, la acidificación de los océanos y la pérdida masiva de biodiversidad que ha provocado el Homo sapiens. Los políticos y la industria saben que el aval científico a esos efectos, y el mero nombre de Antropoceno, serán un fuerte argumento para forzar a los países, las empresas y los ciudadanos a ir adoptando medidas costosas a corto plazo. Como ya sucedió con el climagate, los escépticos no van a ahorrar esfuerzos para desactivar esas iniciativas. Ha empezado la guerra.
Si hemos de guiarnos por la experiencia, sin embargo, debemos predecir que la razón científica se acabará imponiendo. Siempre lo hace. A veces tarda siglos –como los cuatro que le llevó a la Iglesia católica restaurar el honor de Galileo— y a veces solo unas décadas, como ha sucedido con la recuperación de la capa de ozono. Pero la razón se impone tarde o temprano, y la resistencia interesada solo será un estorbo que retrasará la acción política. Y empeorará la situación hasta que resulte insostenible. Nada nuevo.
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