Sí, el gen
de la gordura existe
Científicos de Chicago y Sevilla
resuelven el enigma hereditario de la obesidad
Todo el mundo sabe que el truco para mantenerse
delgado es comer poco, pero pocos conocen que esa es solo la mitad de la
historia. La otra mitad nos viene puesta de nacimiento: son los factores
genéticos de la gordura, que permiten a los privilegiados comer como ceporros
sin engordar y condenan al resto a elegir entre el hambre y el sobrepeso. En un
brillante trabajo detectivesco, científicos de Chicago y Sevilla han
identificado ahora al principal gen del engorde humano. Se llama iroquois,
y se conoce desde hace décadas, pero nadie había imaginado que se dedicara a
hacer manteca y contribuyera a la epidemia mundial de obesidad y diabetes.
¿Será esta por fin la verdadera píldora antigrasa?
"Faltan dos cosas", responde el líder del equipo sevillano, José Luis
Gómez Skarmeta. "Primero tenemos que diseccionar el elemento de ADN regulador
que hemos identificado; y después ver cuál es la red de genes regulados por él,
porque entre ellos estarán las dianas interesantes para probar baterías de
nuevos fármacos". La colaboración entre el grupo de Skarmeta, del Centro
Andaluz de Biología del Desarrollo en Sevilla, y el de Marcelo
Nóbrega, del departamento de genética humana de la Universidad de Chicago, se
presenta este jueves en la revista Nature.
En los últimos 10 años se han hecho decenas de los
llamados estudios de asociación de amplitud genómica (GWAS por genome-wide
association studies) para conocer las componentes genéticas de la obesidad,
o de la propensión a adquirirla. Se toman grandes muestras de una población
humana u otra, se secuencia su genoma (actcgtcga… y así hasta 3.000 millones de
letras) y se buscan correlaciones entre la obesidad y las variantes en el texto
genético.
Estos estudios han identificado 75 posiciones en el
genoma humano cuyas variaciones tienden a ocurrir en las personas gordas. En
casi todos los trabajos la asociación más fuerte aparecía insistentemente
dentro de un gen llamado FTO (fat mass and obesity associated, gen
asociado a la masa de grasa y la obesidad), cuyo nombre deja poco margen de
duda sobre su implicación. Las bases de datos de la literatura científica
recogen más de 2.000 artículos sobre este gen publicados en los últimos años.
Pero la pista, sabemos ahora, era no solo engañosa,
sino sofisticadamente engañosa. Es cierto que el gen FTO está implicado en el
metabolismo de la grasa, como se ha comprobado en modelos animales y
experimentos bioquímicos; y es cierto también que sus variaciones son el
principal factor de predisposición hereditaria a la obesidad, la diabetes de
tipo 2 (la asociada al sobrepeso) y todas sus secuelas cardiovasculares,
neurodegenerativas y cancerosas.
Pero el gen FTO es inocente: el culpable es otro gen
llamado iroquois 3, o IRX3, situado muy lejos, a medio millón de
'letras' (o bases, las unidades del ADN) de distancia. El gen FTO no interviene
como tal: se limita a aportar un elemento regulador (segmento de ADN que regula
a otros genes) que actúa a grandes distancias sobre el otro gen, iroquois 3.
Esta es la contribución esencial de Nóbrega, Skarmeta y sus colegas de Chicago
y Sevilla.
El resultado no solo afecta al campo de la obesidad y
la diabetes, sino a la mayoría de los estudios de propensión genética a
cualquier enfermedad que se han hecho en los últimos 10 años, los mencionados
GWAS, o estudios de asociación de amplitud genómica entre las variantes del ADN
y las enfermedades humanas.
La mayoría de estas variantes (o mutaciones) no dan de
lleno a ningún gen, sino que aparecen salpicadas por los vastos desiertos de
ADN, la materia oscura que ocupa la mayoría del genoma pero no contiene
ningún gen. El nuevo estudio revela que esas mutaciones pueden estar regulando
la actividad en genes muy lejanos, y ofrece la estrategia bioquímica para
encontrar cuáles son. "De forma generalizada, se están mirando los genes
erróneos", dice Skarmeta.
El gen iroquois 3, o IRX3, no es una buena
diana farmacológica, porque interviene en muchos procesos esenciales del
desarrollo, y desactivarlo con fármacos no parece una buena idea. Los
investigadores tienen evidencias de que su función esencial en la obesidad
tiene lugar en el hipotálamo, el órgano que conecta el cerebro con los sistemas
de regulación hormonal que armonizan el funcionamiento del resto del cuerpo. Y
esperan que las redes genéticas que interactúan con IRX3 podrán conducirles
hacia las dianas farmacológicas realmente útiles.
¿Por qué estudiar la genética de la obesidad? ¿No
tenemos ya claro que todo se basa en un balance de la energía ingerida y
gastada? "Entre el 35% y el 40% de la obesidad es genética", dice
Albert Lacube, jefe del servicio de Endocrinología del Hospital
Universitario Arnau de Vilanova, en Lleida. "Por supuesto, es
una enfermedad multigénica, debida a pequeñas contribuciones de muchos genes, y
esto ha limitado hasta ahora su utilidad en la práctica clínica".
Los avances que espera este experto en el futuro
inmediato se refieren a la creciente personalización de las estrategias
terapéuticas o preventivas. "El genoma dará mucha información útil sobre
la mejor intervención para cada paciente; ya ahora hay marcadores genéticos que
predicen la probabilidad de que un niño desarrolle obesidad, o diabetes de tipo
2".
Más a medio plazo, la obesidad, la enfermedad
metabólica y la diabetes conforman uno de los objetivos prioritarios de la Big
Pharma, la gran industria farmacéutica. Los cerebros de este sector han
apostado en firme por las píldoras anti-grasa, y no solo porque esperan
venderlas como churros a los particulares, sino también, o sobre todo, porque
predicen que los Gobiernos encontrarán rentable financiárselas a sus
ciudadanos. Una píldora que reduzca la obesidad o sus fatales consecuencias
siempre será más barata que tratar un infarto o extirpar un tumor.
No va a resultar fácil. El caso del gen iroquois 3,
o IRX3, revela lo intrincada y sutil que puede llegar a ser la vía genética
hacia un fármaco. Los investigadores ya creían contar con una diana sólida, el
gen FTO, que fabrica (codifica, o significa) una enzima importante para el
metabolismo de la grasa, y que está activo en los adipocitos, las células que
constituyen nuestro tejido graso.
Pero hacia donde apuntaban realmente esas evidencias
era a otro gen lejano, IRX3, que cumple funciones esenciales en virtualmente
cualquier víscera del cuerpo. Y es su acción en el hipotálamo cerebral lo que
resulta relevante para la acumulación de la grasa humana.
En este sentido, la gordura está en el cerebro.
En este sentido, la gordura está en el cerebro.
Los genes iroquois (iroqueses) son viejos
conocidos de los genetistas y los biólogos del desarrollo. Son miembros de una
aristocracia del ADN, los genes selectores, que fueron descubiertos en la mosca
favorita de los genetistas, Drosophila melanogaster. Son genes que
definen sectores geométricos del cuerpo, tanto en la mosca como en cualquier
otro animal, incluido el ser humano. Un ejemplo son los genes Hox, que aparecen
en fila en el cromosoma y controlan, en ese mismo orden, la colocación de las
diferentes partes del cuerpo en su secuencia correcta: primero los segmentos de
la cabeza, luego los cervicales, dorsales, lumbares y demás.
Los iroquois forman parte de un sistema de
subdivisión perpendicular al eje de los Hox: el que divide el cuerpo en bandas
longitudinales dorsales, laterales y ventrales. Las primeras mutaciones
descubiertas ahí dejaban calva a la mosca salvo por una banda de pelos dorsal
en cabeza y tórax, como el peinado característico de los indios iroqueses (iroquois
en francés), pobladores del sur de Canadá y el norte de Estados Unidos.
La Big Pharma ha apostado fuerte por las píldoras antigrasa. Curiosamente, los genes iroquois, los genes Hox
y otros genes selectores tienen un origen común. Los científicos lo saben
porque todos ellos comparten una secuencia de ADN muy característica, llamada
homeobox. Los genes significan proteínas, y la homeobox significa un segmento
de proteína que se une con avidez a otros genes, activándolos o silenciándolos.
De ahí que los científicos crean que IRX3, el tercer iroqués, ejerza su
influencia sobre la obesidad mediante la regulación de cientos de otros genes.
Y ya están a su captura.
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